20 ENE 2019. http://blog.electricbricks.com
Tiendo a pensar en la existencia de una obvia relación entre
el dinero y el poder que éste confiere. Ese poder se materializa en el momento
en el que se hace uso del mismo. Hasta que el intercambio no se ejecuta el
dinero no otorga más que seguridad a quien cree que su presencia se la
confiere. Pero en realidad, el dinero carece de poder por sí mismo. El poder de
la conciencia es superior al del dinero…
Es mi conciencia la que dictamina si el uso que hago de mi
dinero es coherente conmigo mismo o si, por el contrario, no es así. En muchas
ocasiones puede que no sea ni consciente de las consecuencias que tiene mi acto
de compra, de a quién o qué empresa estoy ayudando al realizar una compra
determinada. Tenemos tan automatizado el hecho de pagar por lo que deseamos o
adquirimos que olvidamos la fuerza de cada una de esas decisiones.
Puede que la sea la dejadez, la ignorancia, o el pensamiento
consciente de mejor mirar hacia otro lado quienes me hagan olvidar si soy
coherente conmigo mismo o con mis valores en cada proceso de compra o
intercambio
Al ser yo quien toma la decisión de una compra determinada,
soy yo, yo, el responsable de las consecuencias de esa transacción. Este es un
punto que no carece de importancia y me hace a mi responsable de la decisión
sobre si ser cómplice o partícipe de la empresa a la que le compro o si, por el
contrario, deseo que o sea así.
Yo puedo comprar galletas en este supermercado o decidir
hacerlo en el de enfrente.
O puedo considerar dejar de tomar carne de cerdo si mi
conciencia me impide favorecer el maltrato animal.
Yo puedo decidir si mis monedas se las lleva un alimento
repleto de conservantes, o si decido optar por una alimentación más sana y
natural.
Elijo si hago uso de mi vehículo para ir al trabajo o
prefiero dar de comer al taxista con el dinero que emplearía en pagar el coche.
Tengo la posibilidad de elegir si, cuando llueve, voy andando
a la farmacia que se encuentra a cuatro manzanas, lo hago en transporte
público, o tomo el coche.
Yo decido deteriorar el medio ambiente cada vez que cojo el
ascensor o si prefiero esforzarme subiendo al quinto por las escaleras. Soy yo quien decide si la iluminación de mi casa es con
bombillas, o con sistemas más eficientes basados en LEDs.
La calefacción o el aire acondicionado… ¿es necesario que
trabajen a esa potencia, durante tanto tiempo, o puedo optar por hacer un uso
más responsable de la energía? ¿Dispone mi vivienda de acceso a energías renovables? Yo
elijo o tengo voz para que mi opinión se escuche en la comunidad.
Yo decido mi nivel de apoyo a los miles de posibles causas
solidarias que pueden hacer que una familia desamparada pueda llegar a final de
mes, que un niño con una enfermedad desconocida pueda encontrar una forma de
financiar su investigación o que un santuario pueda acoger animales sin hogar.
El crowfunding lo permite, pero soy yo quien decide si mi pequeña colaboración
ayuda a hacer posible que un proyecto solidario disponga de la financiación
necesaria, que un artista desconocido pueda arrancar o que una empresa sin
recursos pero con valores pueda iniciar su andadura.
Bancos hay muchos, pero yo puedo decidir si trabajar con uno
que apoye a causas que coincidan con mis valores, o si hago caso omiso de mi
conciencia.
El dinero tiene poder cuando yo decido que así sea. Y soy yo
quien decide si al emplearlo estoy siendo coherente con mis valores. Nos
hacemos cómplices de las empresas a las que financiamos. Estamos rodeados de
mil ejemplos diarios de actuaciones que podríamos revisar en pro de una mayor
coherencia con nuestros valores, la sociedad y el medio. Mi conciencia es la que
le da valor al dinero. No perdamos el valor de los valores cada vez que el
dinero circule por nuestras manos.
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